El otro día el profesor Víctor nos hizo una breve y directa pregunta en clase: ¿Cuál ha sido vuestro mejor profesor/a? A lo que a mí de "sopetón" me vino mi querida profesora de Latín, Teresa.
Para comenzar, un profesor para poder transmitir unos conocimientos al alumno está claro que debe tenerlos (obviamente), y entonces, debe saber transmitirlos. El problema está en que la mayoría de profesores no saben como transmitir sus conocimientos, es decir, no saben dar clase. Se limitan a leer el libro o las diapositivas y cuando un avispado le lanza una pregunta se enfadan puede que sea porque le interrumpe su ritmo de lectura del libro o porque simplemente no sabe contestarle y no quiere quedar como un zoquete.
Una clase dinámica, en la que se involucren los alumnos y favorezca la participación, que se realicen ejercicios prácticos en los que se trate la teoría. Todo ello además de facilitar al alumnado el aprendizaje también capta la atención del alumno y evita que se desconcentre.
Teresa, mi profesora de Latín, era una enamorada de su trabajo, disfrutaba dando clase y lo podías notar en su mirada y forma de hablar. Se emocionaba con cada explicación. Hacía a los alumnos participar y cuando hacían bien su trabajo se lo hacía saber. Sus clases eran amenas y además era muy comunicativa con los alumnos y se preocupaba de cada uno de ellos. El simple y mínimo hecho de que el profesor se sepa nuestro nombre hace que el alumno sienta mucha más motivación y ella se sabía el de cada uno de nosotros. Tenía una capacidad extraordinaria para explicar los conceptos y, cuando alguien no los entendía, no dudaba en repetirlo e incluso en explicarlo con metáforas, dibujos, etc.
Sus clases despertaban el interés sobre ciertos asuntos que luego ampliabamos por nuestra cuenta, y te hacía reflexionar.
Ella también se dejaba enseñar por los alumnos, nosotros no le aportamos muchos conocimientos de latín en realidad, pero con nuestras cuestiones ella despertaba su curiosidad por descubrir y aprender. Y me alegro de decir, que ella gracias a nosotros también enriqueció sus conocimientos.
Los alumnos gracias a ella tuvimos un aprendizaje muy ameno, divertido, y sobretodo fructífero. Hoy en día sigo acordándome de cada declinación, de cada concepto y de toda la literatura dada, y eso es fruto de una buena enseñanza.
En definitiva, los profesores deberían estar enamorados de su trabajo, ya que tras haber estudiado muchos años para dedicarse a ello se supone que deberían sentir devoción, disfrutar y sentir interés por la docencia.
El docente debe ser un profesional amplio que una la teoría y la práctica para así facilitar el aprendizaje, que se preocupe por sus alumnos, que no solo se base en la asignatura contextual sino que la amplíe, y que se auto evalúe para poder mejorar día a día su enseñanza.
Enseña a los jóvenes como pensar, no lo que han de pensar (Sidney Sugarman)